
Inteligencia artificial, libre mercado y una gira con más simbolismo que resultados concretos.
El fallo de la Corte Suprema que impide la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner para las elecciones legislativas bonaerenses no es un hecho aislado. Es la confirmación de una estrategia de poder sistemática: perseguir, deslegitimar y proscribir al peronismo desde los engranajes del Estado. La utilización del aparato judicial como herramienta política —el nunca bien ponderado lawfare— hoy se recibió de herramienta corrosiva para la democracia.
Lo que está en juego no es el futuro de una figura política, sino la integridad del sistema democrático. Cuando una decisión judicial de esta magnitud se emite con una velocidad inusual, y no obedece a ninguna urgencia institucional, sino al cálculo electoral, la herida no es a una dirigente, es a la ciudadanía. Le impiden al pueblo decidir libremente a quién quiere votar, borrando con una sentencia lo que debiera decidirse en las urnas.
Cristina Fernández de Kirchner, proscripta por una justicia que no goza de legitimidad social, no podrá ser candidata y estará presa. Pero lo que creyeron una jugada definitiva terminó por parir otra realidad, CFK es hoy el símbolo de una resistencia que se agranda, una figura que trasciende cargos o listas. La convirtieron en referente inevitable de un campo popular que, lejos de replegarse, se reagrupa.
No sorprende que los sectores que hoy celebran esta proscripción sean los mismos que históricamente buscaron disciplinar al movimiento nacional y popular. La derecha argentina vuelve a usar la proscripción como método. Lo hizo con Perón, lo hace con Cristina. La diferencia es que ya no puede esconderlo bajo excusas institucionales, lo hace a cielo abierto, con una Corte que actúa como comité partidario.
En el plano político, la maniobra es tan torpe como reveladora. El gobierno de Milei, mientras se desintegra en tiempo real, festeja una victoria pírrica. Sacaron del tablero a una dirigente, pero encendieron a millones. Alimentaron la épica de un movimiento que estaba disperso, y ahora se reencontró en un objetivo común, defender la democracia y resistir el avance autoritario.
Mauricio Macri, otro de los que festejó y promovió esta jugada, cree que el corrimiento de Cristina le allana el camino. Sin embargo, ni su liderazgo ni su espacio político muestran signos de recuperación. Incapaz de sostener sus propias alianzas, relegado incluso en distritos donde antes gobernaba con comodidad, Macri hoy brinda desde el pleno ostracismo político.
Mientras tanto, el gorilismo celebra. Lo hace con premura, sin entender que han cometido un error estratégico. En su afán por eliminar al peronismo del escenario político, lo han fortalecido. Han logrado lo que la propia dirigencia peronista no podía, unificar, movilizar y reconfigurar. Han hecho que peronistas desencantados vuelvan a sentirse parte, que militantes de otros espacios se sumen en su defensa y que todo se convierta en una causa nacional.
No era más fácil dejar competir a CFK en las legislativas de la provincia de Buenos Aires. ¿Es necesaria su proscripción y condena? Mientras, el presidente Javier Milei brinda en Medio Oriente, su gobierno se vacía de contenido, de rumbo y de poder real. La “bala de plata” la gastaron contra Cristina, y ahora no tendrán a quién culpar por el fracaso que se avecina.
La justicia argentina merece un capítulo aparte. Anacrónica, corporativa y muy deslegitimada. Le niega al pueblo el derecho básico de elegir, y se ubica por encima de la voluntad popular. En un país donde los jueces no son elegidos por el voto popular, ahora deciden quién puede representar o no a los ciudadanos.
Hoy la democracia quedó herida. Pero el peronismo ha demostrado que sabe levantarse. La historia lo ha querido marginar muchas veces y cada vez se ha vuelto más fuerte. Tal vez sin quererlo, los que firmaron esta proscripción acaban de firmar también el inicio de una nueva etapa, una segunda resistencia peronista.
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