
No es el primer funcionario de Poggi en disfrutar del exterior, a pesar de que hubo un memorándum que recomendaba al gabinete no hacer ostentación de sus beneficios financieros.
Se trata del asesor principal de la gestión de Claudio Poggi. Negocia con políticos y medios, maneja la relación con los empresarios y maneja todo desde las sombras.
Actualidad09 de junio de 2025El gobierno de San Luis tiene su propio Santiago Caputo. No figura en el boletín oficial, no tiene cargo ni despacho, pero su influencia es ubicua. Su nombre es Facundo Santarone, el asesor en las sombras del gobernador Claudio Poggi. Un operador de bajo perfil y altísimo poder, que juega el mismo rol que el Caputo libertario, pero en la versión cuyana y prolijamente enmascarada.
Santarone no aparece en actos públicos, ni firma decretos. Tampoco declara en medios, a los que prefiere llamar en privado para dictar titulares, poner y sacar periodistas, amenazar o bendecir. Lo hace por medio del secretario de Comunicación, Diego Masci, su fusible institucional. Si Caputo tiene la botonera de Nación, Santarone tiene la de Terrazas del Portezuelo.
La pauta oficial es su moneda de cambio. No maneja presupuestos con firma propia, pero decide quién cobra, cuánto y por qué. El mérito, en este esquema, es la obediencia. La crítica se paga con silencio administrativo y listas negras. De hecho, ya circula un Excel —como en los viejos buenos tiempos— con nombres, medios y colores de semáforo, verde para los amigos, amarillo para los tibios, rojo para los "enemigos".
Su tarea no termina ahí. Como Caputo, Santarone no solo maneja la relación con la prensa sino también con el empresariado local. Es el que define con quién se negocia, a quién se le abre la puerta, quién tiene pase libre y quién queda afuera del club. Tiene teléfono directo con comerciantes, dueños de constructoras, y hasta con dirigentes sindicales funcionales. La consigna es la misma para todos, “Jugá con nosotros o quedás afuera del sistema”.
La comparación con Caputo no es gratuita. Ambos diseñan estrategias políticas, arman discursos, seleccionan enemigos y reparten premios o castigos. Ambos creen en el orden como estética, y en el miedo como herramienta. El ruido, si lo hay, debe ser controlado; y si no se puede controlar, se convierte en blanco de una campaña sucia. “Todo se puede ordenar con plata o con carpetas”, diría uno.
En San Luis, Santarone también construyó un sistema de monitoreo de redes, medios y opositores. Un pequeño y costoso centro de “inteligencia blanda” dentro del gobierno, donde empleados públicos clasifican publicaciones y declaraciones de dirigentes, periodistas y referentes sociales. No por casualidad, muchos reciben llamados de advertencia cuando cruzan algún “semáforo rojo”.
Aunque Santarone prefiere la penumbra, su sombra se proyecta sobre cada decisión importante del gobierno. El impuesto a las billeteras virtuales lo tuvo como protagonista. Cuando estalló la polémica, él mismo llamó a algunos empresarios para pedirles que salieran a bancar la medida en redes y medios. ¿Y si no? Que no esperen demasiado del Estado.
Santarone y Caputo son, en definitiva, dos versiones del mismo modelo, el del asesor todopoderoso, sin cargo pero con control absoluto. Uno se mueve en Olivos, el otro en San Luis, pero ambos creen en la lógica del peón útil, el periodista obediente y el dirigente cooptado. Gobiernan sin firma, pero con firma moral. No son ministros, pero nadie les discute.
Y si hay una diferencia clave, es que mientras Caputo aparece cada tanto en una foto con Milei, Santarone ni siquiera eso. Es una presencia ausente, un nombre que no se pronuncia en voz alta, pero todos lo conocen.
No es el primer funcionario de Poggi en disfrutar del exterior, a pesar de que hubo un memorándum que recomendaba al gabinete no hacer ostentación de sus beneficios financieros.
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