El ocaso del PANE: El gobierno le pide a los padres que elijan si sus hijos comen o no

En vez de mejorar la calidad de los alimentos y reforzar los controles, la idea es ir descontinuando el plan que se quedará sin su responsable en las próximas semanas.

ActualidadEl viernesRedacciónRedacción
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Elegir entre que un hijo no coma o que lo haga con alimentos en mal estado. Ese es el dilema que la gestión de Claudio Poggi le planteó a miles de familias vulnerables de San Luis. Una disyuntiva cruel, sin lógica ni ética, que sintetiza a la perfección la desidia de un gobierno que duplicó la pobreza y nunca hizo nada para parar este flagelo. 

El Plan de Alimentación Escolar (PANE), se desmorona. El emblema de una supuesta política social moderna terminó intoxicando chicos, desnudando negociados y ahora desemboca en una maniobra digna de un manual de cómo sacarse la responsabilidad de encima, haciendo firmar a los padres una renuncia al almuerzo escolar.

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Sí, leyó bien. Esta semana, a los chicos les mandaron a casa una nota que le “ofrece” a las familias la opción de que sus hijos no coman más en la escuela. El documento sugiere que quien lo firme libera al Estado y a la institución educativa de toda responsabilidad. Es decir, si el menor no come ni aprende, no es culpa del gobierno. Y si se desmaya de hambre en clase, bueno, lo firmaron sus padres.

El trasfondo de esta decisión no es más que una estrategia para desmantelar lentamente el PANE sin asumir el costo político. En lugar de mejorar la calidad de la comida, revisar los procesos de compra o auditar a los proveedores denunciados, Poggi elige borrar con el codo lo que escribió con el relato publicitario habitual de su gestión. La política pública se vuelve optativa, como si el derecho a la alimentación pudiera subordinarse a una planilla firmada con culpa.

Pero el final del PANE no es solo administrativo, también es político. La salida inminente de Eugenia Gallardo, diputada y gestora del plan, parece sellar el destino de este fallido experimento. 

La diputada, que usó el programa como trampolín electoral y caja de financiamiento, ahora salta del barco antes de que termine de hundirse. En su caída, arrastra no solo a los ministros que avalaron el desmanejo, sino también al gobernador, que mira para otro lado mientras miles de niños quedan en la intemperie.

La postal es brutal, chicos con hambre, padres firmando renuncias obligadas y un gobierno que convierte la pobreza en la letra chica de un formulario. El ocaso del PANE no es solo el fin de un plan, sino también el reflejo de una gestión que hace política con el estómago de los más vulnerables y que, ante el escándalo, se borra del mapa, literalmente.

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