Jorge Gastón Hissa: “El balance de mi gestión es positivo”

El intendente se autoelogió en medio de una gestión marcada por fallas estructurales en agua, cloacas, limpieza y un permanente desconcierto político. Su lectura contrasta con el humor social y con un gabinete que no logra sostener.

ActualidadHoyRedacciónRedacción
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El intendente de San Luis, Jorge Gastón Hissa, se definió conforme con su desempeño. “La verdad que considero que el balance es positivo”, respondió ante la prensa. La frase cayó pesada en los barrios donde los cortes de agua, las pérdidas cloacales y la acumulación de basura marcaron el pulso de los últimos meses. La distancia entre la evaluación oficial y la percepción ciudadana volvió a quedar a la vista.

En el terreno de los servicios públicos, la gestión no logró resolver los puntos más críticos. Calles con desbordes, esquinas convertidas en mini basurales y jornadas enteras sin agua (incluso con temperaturas superiores a los 30 grados) exhibieron una administración que no encuentra un orden mínimo. La problemática de los manteros en el centro, sin un criterio definido ni una política estable, agregó otro frente de conflicto que la desidia del propio intendente generó. 

El frente político tampoco ofreció mejores resultados. Hissa no consiguió consolidar su gestión en el Concejo Deliberante, perdió interlocutores internos y terminó gobernando en contra de todos los reglamentos. La relación con los trabajadores municipales se tensó al punto de abrir varias líneas de enfrentamiento y sospechas de persecución para quienes quedaron fuera del círculo de confianza.

La fragilidad del equipo económico reveló otro síntoma de desorden institucional. Ninguno de los funcionarios de Hacienda superó el año de permanencia y la rotación dejó la sensación de que nadie quiso quedar asociado a posibles irregularidades en el manejo de fondos, un tema que ya genera inquietud puertas adentro y afuera del municipio. 

Mientras el intendente insiste en sostener que su balance es favorable, la administración acumula contradicciones, problemas de gestión y un clima político que se volvió cuesta arriba. La brecha entre el discurso y la calle crece, y con ella la duda sobre cuánto más podrá sostener un relato que no coincide con la experiencia diaria de los vecinos.

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