Hissa no quiere críticas antes de las elecciones y ordenó a su bloque no sesionar en el Concejo Deliberante

Los ediles oficialistas sufren el síndrome Alberto Leyes y no sesionarán hasta que pasen las elecciones. Otra maniobra antidemocrática de una gestión que se cae a pedazos.

ActualidadEl juevesRedacciónRedacción
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En la San Luis del poggismo, la democracia también entra en pausa cuando se avecinan las urnas. Este jueves, los concejales que responden a Jorge Gastón Hissa protagonizaron una escena digna del teatro del absurdo, bajaron al recinto, ocuparon sus bancas, se acomodaron y se levantaron para no sesionar. La orden no vino del cielo, vino de la Municipalidad y fue ejecutada, con tono casi cómico, por la presidenta del bloque oficialista, Lizbeth Huatay. “Estamos en la recta final de la campaña, por eso nos vamos”, dijo, como si estuviera explicando por qué cierra un kiosco a la hora de la siesta.

En realidad, más que campaña, lo que buscan es silencio. Silencio legislativo, mediático y ciudadano. Hissa y sus asesores decidieron que el Concejo Deliberante no sesione hasta que pase el vendaval electoral. El objetivo es que nadie mencione el caos en el que está sumida la capital, basura acumulada, servicios colapsados, obras fantasmas y una gestión que ni sus propios funcionarios defienden en voz alta.

El intendente, que hace rato dejó de decidir algo importante —si alguna vez lo hizo—, simplemente acató las órdenes del gobernador Claudio Poggi y sus asesores de campaña. En su mundo, menos exposición equivale a menos críticas. Y tiene razón, si no hay sesión, no hay cámaras, no hay debate, no hay archivo. Pero tampoco hay democracia. Ni institucionalidad, mucho menos respeto por los vecinos que, con sus impuestos, sostienen el sueldo de estos legisladores oficialistas que en más de un año no han presentado un solo proyecto a favor de los vecinos y solo se limitaron a meter tarifazos enviados por su jefe. 

Lo más insólito es que en el orden del día había homenajes, conmemoraciones y hasta expedientes enviados por el propio Hissa. Ni eso quisieron tratar, el miedo a meter la pata en plena campaña pudo más que la responsabilidad institucional.

La pregunta flota sola en el aire ¿de qué se esconde el oficialismo, si está tan convencido de que la gente lo acompaña? La respuesta es incómoda. Porque si en verdad creyeran que la ciudadanía los respalda, no necesitarían cerrar el Concejo o la Cámara de Diputados. 

En definitiva, lo de Hissa y su tropa es otro capítulo más del manual del mal gobierno, callarse, desaparecer, esperar que pase la tormenta y rezar que nadie lo note. Porque mientras ellos juegan a esconderse, los problemas de la ciudad no paran de acumularse, como la basura, como el hartazgo y el descrédito a la figura del intendente. 

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